Los trastornos alimentarios y en general las problemáticas del consumo, se han instalado como un problema contemporáneo que parece desbordar irremediablemente las capacidades de comprensión y acción de las diversas disciplinas destinadas a sus cuidados.
Su despliegue ha puesto en cuestión los diferentes saberes instituidos. La perplejidad ante estos hechos ha surgido no solo en los profesionales de la salud sino también en los responsables de las leyes, la jurisprudencia y la conducción política, donde se hace difícil resolver el problema del sujeto de derecho respecto de la responsabilidad y las decisiones a tomar en cada uno de estos campos.
La extensión que ha tomado el fenómeno nos obliga a tomar en todo su peso la potencia de su manifestación. El desborde de estas prácticas constituye un síntoma social, se denuncia un sufrimiento personal y familiar, así como las condiciones del malestar en nuestra civilización.
Como todo síntoma tiene también la dimensión singular de lo que tiende a mantenerse mudo, excediendo el plano de las representaciones. Más que en ningún otro fenómeno, estas patologías nos introducen de golpe en los huecos infernales que el progreso va dejando, arrastrando un tratamiento del dolor y el sufrimiento que más se parece a una sustancialización de los problemas que a la búsqueda de su causa. Todo parece esperarse del objeto, nada del sujeto.
En momentos como los actuales, hablar de problemáticas del consumo nos plantea el desafío de un intenso trabajo interdisciplinario.