adolescencias-AliciaDonghi
Las Adolescencias y sus (poli) Consumos Problemáticos. Alicia Donghi
“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper el mundo”
(Herman Hesse,1919)
El despliegue de policonsumos junto con prácticas seudo perversas constituye una particularidad de esta época, que parece superar la comprensión de los saberes preestablecidos. El accionar de las diversas disciplinas destinadas a sus cuidados sucumbe ante estos goces que se han ido instalando, antes de la llegada de cualquier reglamentación simbólica que los acote. Su proliferación ha puesto en cuestión los diferentes abordajes instituidos y los tratamientos tradicionales ofrecidos. La perplejidad ante estos hechos ha surgido no solo en los profesionales de la salud, sino también en los responsables de las leyes, la jurisprudencia y la conducción política, donde se hace difícil resolver el problema del sujeto de derecho, respecto de la responsabilidad y las decisiones a tomar en cada uno de estos campos. Más que en ningún otro fenómeno, estas problemáticas nos introducen de golpe en las consecuencias que el progreso
va dejando, arrastrando un tratamiento del dolor y el sufrimiento que más se parece a una sustancialización de los problemas que a la búsqueda de su causa. No es lo mismo experimentar con drogas, que abusar de ellas en situación de duelo cual “quitapenas” (1) que hacer del consumo el derrotero de una vida, más allá de todo anclaje subjetivo. Cortarse, tatuarse, drogarse, extasiarse en la ingesta de alimentos, o privarse de los mismos hasta hacer palpables
los signos de la inanición, permanecer horas jugando en casinos o en la web, “hiperconectarse” (2) a las redes sociales, celulares, TV, a la información y al espectáculo son formas fallidas de intentar hacer escritura, allí donde la fascinación por los gadgets hizo al capitalismo distraerse y olvidar lo más importante lo que ordena todo, la causa y no cualquiera, la perdida. Y por eso estamos sin pérdida, pero perdidos, extraviados.
El universo virtual prima en un presente expandido, como si fuera posible un sujeto sin marcas y sin historia: lo que ayer era signo, puede hoy ya no serlo y sin aviso previo, caducando sin apenas dejar huella. Los consumos más problemáticos, en su estadio más dependiente se vienen considerando enfermedades crónicas y progresivas, confundiendo consumo con adicción. El “enfermo” no se curará, en todo caso podrá abstenerse, pero su ser “adicto” será el rotulo que el Otro social utilizará para nombrarlo, borrando toda asunción de responsabilidad y apropiación de saber sobre su padecimiento y de lo que en él lo causa como sujeto.
Adolescencias
Si nos centramos en las adolescencias y sus consumos- más o menos problemáticos – nos lleva a hacer algunas apreciaciones respecto de
ambas pluralidades. Las adolescencias y no la adolescencia en singular, hace referencia a los diversos modos de transitar este momento, según patrones singulares y condiciones socioeconómicas diversas, que hacen imposible una categorización unificante. En el mismo sentido entendemos los consumos: el contexto y la época les imprime
particularidades que tenemos que tener presentes a la hora de abordarlos. Los adolescentes no solo constituyen un grupo clínico particular – con necesidades propias – con expresiones enormemente heterogéneas y diferentes
de los adultos, sino que revisten una condición de vulnerabilidad que vuelve imprescindibles intentos de aproximación diversos tanto teórica como clínicamente. No nos olvidemos que es una etapa donde se actualizan conflictos y tendencias del periodo infantil luego del acallamiento que supone el periodo de latencia. Sus familias también requieren atención, orientación, respuestas tentativas ante este abrupto cambio que son responsabilidad -al
menos en parte- de los profesionales que nos interesamos en este campo. También el término “consumos problemáticos” (3) implica variaciones en las formas y la cantidad de los consumos, como también el hecho de que algunos consumos pueden no llegar a serlo. Lo “problemático » permite enfocar un hecho o una situación desde distintos saberes, evitando concepciones unívocas. Nos hemos encontrado con algunos diagnósticos cuya prisa más que dar solución a un problema, han resultado estigmatizantes. También implica complejizar nuestra mirada en un intento de sustraer el tema de los consumos del lado de la perversión y/o transgresión a las leyes de otrora. Desde esta perspectiva, la adolescencia no constituye un concepto universal a histórico. También los consumos dependen de la época que le imprime particularidades propias. Entonces lo problemático de la adolescencia y sus consumos proviene de construcciones sociales conformadas por ideas, creencias y prejuicios. Estas devienen representaciones que dan paso a versiones, que luego se cristalizan en estereotipos. Por ejemplo ”pibes chorros = “adictos”. Vulneración dependiente la mas de las veces de condicionamientos socioeconómicos. La exclusión y la fragmentación social generan una violencia implícita contenida en las nuevas formas de agrupamiento. Es desde esta lógica que “lo social” produce un elemento traumático en la subjetividad de los adolescentes que demora la construcción de un “yo soy” (4). En este punto nos encontramos con reduccionismos que velan su complejidad. Se hace preciso un cambio de paradigma y acompañar legislaciones donde los adolescentes sean objetos de protección y sujetos de derecho (Ley Nacional 26061 de protección integral de los Derechos de las niñas, niños y adolescentes) así como la Ley Nacional 26657 de Salud Mental que ubica a los consumos dentro de las problemáticas de la salud, considerando a los pacientes sujetos de derecho, garantizando el acceso a tratamientos integrales. Este encuadre de las prácticas permite detectar la vulneración de derechos y dar lugar a acciones tendientes a su restitución. La conformación de equipos interdisciplinarios ha colaborado y colabora en enmarcar la diversidad implícita en su abordaje. Suele suceder -o así lo indicaba nuestra idea tradicional de la adolescencia- que los y las adolescentes asumen conductas riesgosas en su necesidad de tantear el afuera, la sociedad, tal como un bebe asume el riesgo de empezar a dar sus primeros pasos, caerse, volver a levantarse, etc. Si bien los adolescentes tantean los riesgos también los evitan, en algún lugar dilatan las salidas del “útero familiar”, a veces sin vislumbrar un primer riesgo claro de la adolescencia actual: no terminar de salir de ese confort familiar. Por esta razón los y las adolescentes son vistos -señalados como peligrosos- porque son potencialmente portadores de una esperanza, un motor, un impulso creador, expresión fehaciente de sus trans- formaciones: los cambios en su cuerpo, pensamientos, emociones y vínculos que parecen volcarse hacia el mundo en que viven y al que deben salir a habitar… sumisamente, con algunas rebeldías que producen cuerpos y/o identidades transformadas. La inevitable irrupción somática que trae aparejada se conjuga con cierta presentación en sociedad del niño que ya fue y del joven que todavía no es. Llegados a este punto de convergencia nos encontramos con que los adolescentes se emborrachan, protagonizan peleas, se autolesionan, se drogan, tienen sexo sin ningún tipo de protección… etc. ¿Pero desde donde lo hacen? ¿Qué búsqueda hay en esas actuaciones tal como se presentan en la actualidad? ¿No hay una provocación social para que hagan todo eso ligado sobre todo a la estimulación del consumo? Hay puntos de convergencia entre las adolescencias y los consumos problemáticos: la compulsividad. Por un lado, la adolescencia es un tiempo en el que hay que hacer, donde se les demanda cierta acción. Es la época de la “primera vez”, primeras experiencias en el campo del amor y del sexo, de la amistad, de la pasión por los ideales, las causas políticas, sociales y también de los consumos. En el transcurso de la adolescencia es posible ubicar momentos cruciales (5) en el que el adolescente es convocado cada vez más, como sujeto deseante y apremiado a dar una respuesta. Esos momentos pueden tomar la forma de una pregunta por una elección vocacional, por comenzar a trabajar, por asumir una posición sexuada y ponerla en juego con un partenaire, irse a otro país… o más radicalmente una huida de la incierta realidad a través de las drogas. Estos interrogantes no son más que el despliegue de una pregunta estructural: Che vuoi ¿qué me quiere?, variantes del “que quiero” que angustia sobremanera. No en vano la adolescencia es el terreno preferido de los actings, último recurso frente a la angustia cuyo objetivo consiste en hacerse un lugar en la escena del mundo del Otro. Mundo intermedio entre la infancia y la juventud, sesgado por la latencia muchas veces amenazada por las circunstancias de la época y las transformaciones del propio cuerpo. En esa línea, es un observable clínico la sutil dedicación que un adolescente dispensa al cuidado de su imagen. Evidencia de la búsqueda de algún semblante en su lazo con su grupo de pares para contrarrestar la temida amenaza: su exclusión. No es casualidad, que sea un momento en que florezcan los diarios íntimos, esos testimonios guardados celosamente y solo compartidos con “el mejor amigo/a” (6). Delicada escritura y elaboración que también puede darse en la intimidad del trabajo de duelo por la infancia perdida. Este se hace palpable en la transformación del cuerpo, más allá de su voluntad, al encuentro con una imagen en el espejo en la cual por momentos no se reconoce; y al duelo por la imagen que de él tenía el Otro. Es el momento, también, de la conmoción de la versión que se ha armado ese Otro. En el mejor de los casos podrá ser garantía y sostén y el adolescente tendrá allí la oportunidad de cuestionamiento y rebeldía. Esta serie de duelos competen tanto al adolescente como a sus padres y a su entorno social. Como podemos observar son duelos que involucran tanto lo imaginario, lo simbólico como lo real. Si nos situamos en el registro imaginario las modificaciones del cuerpo introducen una desestabilización de la imagen corporal infantil. Esta imagen de consolidarse estará sujeta a los afectos más diversos: pudor, vergüenza, indiferencia, aceptación, rechazo. Y esto según la mirada sobretodo de los pares, y en segunda instancia de los padres si estuvieran a la altura de “barrarse” lo suficiente. Al registro simbólico le corresponde el lento trabajo de duelo (al que ya nos referimos) de pérdida de las garantías del Otro de la infancia. Si el propio cuerpo puede cambiar, entonces nada es seguro, ni consistente. Por último, lo real de las transformaciones corporales, no solo las que involucran la mirada del Otro, de los pares, sino también las más profundas, las hormonales – que inundan el cuerpo de nuevas sensaciones- y que retomando a Freud producen tanto inhibición, síntoma como angustia. Esa oleada pulsional que tanto empuja a satisfacerse como a reeditar lo masturbatorio de la primera infancia, también debe estar preparada para responder según estos cánones a otras exigencias. Se suman las primeras experiencias de encuentros corporales, con la curiosidad y la vergüenza que acarrean. Preludio del primer amor en el mejor de los casos. Teniendo en cuenta la complejidad del tema, este es el momento de ejemplificación y transmisión de la puesta en forma de ‘’un’’ dispositivo de tratamiento en un centro de problemáticas del consumo, tratando de conjugar la lógica interdisciplinaria con la ética psicoanalítica, enmarcando en las aplicaciones del psicoanálisis su eficacia.
Presentación de “un” dispositivo
Recibo en la consulta a una paciente de 15 años a quien llamaremos M. Como primera impresión llama la atención su aspecto enfermizo, su palidez y su extrema delgadez. De la primera entrevista se recorta un hecho que marca la gravedad del caso, y hace pensar que se trata de una paciente en riesgo:
“solo toma alcohol” y esto es literal, solo toma bebidas alcohólicas, también se practica cortes en sus muñecas, algunos más profundos, otros apenas rasguños. Atiendo el llamado de los padres, muy preocupados por ella y por sí mismos por no haberlo advertido antes y aceptan ser derivados a un Centro de atención en problemáticas del consumo para armar (construir) un dispositivo intensivo de tratamiento ambulatorio. La paciente solicita continuar siendo atendida en el consultorio, a lo que accedo a condición de que en el mencionado Centro se arme un dispositivo intensivo donde se incluyan entrevistas familiares, evaluación nutricional y psiquiátrica. Sobretodo ante el riesgo cierto e inminente de intoxicación etílica que comprometa su vida. Los padres comienzan las entrevistas familiares, se encuentran muy preocupados por ella y tratan de no dejarla sola. Cuando acude al consultorio, siempre
alguno de ellos la acompaña. Como desencadenante de sus cortes M. sitúa la muerte de su abuela de quien dice haber sido la nieta favorita- muerte que coincide con la aparición de su amenorrea. Según dichos de la paciente: “un poco por delgadez, otro poco por estrés…” Su médico clínico le sugiere consultar con un analista y de ese modo llegó a mi consultorio. Llevábamos ya algún tiempo en entrevistas preliminares, cuando la contingencia (tycke)
quiso que los padres no pudieran acompañarla y en su lugar lo hizo el abuelo (esposo de la mencionada abuela ya muerta) y personaje fundamental de esta historia, de este caso. Concluyendo ya esa sesión con M, y orientada por alguna asociación que allí se produjo, y por algo que el abuelo “da a ver” en la sala de espera (algo así como una marca o un tatuaje en una muñeca) es que decido cuando sale M, hacer pasar al abuelo unos minutos. Es en ese cruce entre la nieta y el abuelo que chocan sus muñecas derechas, como un saludo cómplice…Se queda el abuelo en silencio, observo una de sus muñecas con un tatuaje que parecían números chiquitos…Reparó en mi mirada y agregó con pesar “Soy sobreviviente de los campos”, “yo era un niño por eso me quedaron chiquitos los números“ (marcas que vuelven dos generaciones después en las muñecas autolesionadas de M). Luego prosigue con un extenso relato, que dijo ser la primera vez que lo podía contar… ya que cuando pisó suelo argentino, luego de 45 días de viaje junto a otros sobrevivientes se juró a sí mismo, con los pocos años que tenía, que ese horror quedaría atrás para siempre, los campos, la guerra, la penuria del viaje…a partir de ese momento quedarían silenciados. Bajo de la mano de otra sobreviviente, con la que luego se casó y que hoy llevaba ya un año muerta. Dice con una sonrisa en los labios-
“Mi nieta se le parece mucho…eran las únicas de las familias con ojos claros”. Lo más significativo de su relato, que me permitió ordenar el caso de M, fue la circunstancias en que se alimentaban en el barco: “Había poca comida, que luego se pudrió, el agua se fue acabando, prácticamente la mitad del viaje solo tomábamos alcohol de unas barricas con bebidas alcohólicas para sobrevivir…y eso que ya éramos sobrevivientes”. Una pregunta se impone: ¿Qué hacer con esta información? El abuelo planteó expresamente que quería preservar a la nieta del relato de ese horror, y a esta altura de su vida no quería cargar con algún posible reproche familiar por ocultar esta parte de su historia y por respeto a su esposa muerta con quien había realizado este pacto de silencio. Accedí al pedido del abuelo, y lo derive al Centro, de este modo respecto de M conservo mi lugar de analista, con una información en reserva. Dejo entonces que el dispositivo interdisciplinario se ocupe de “los cuidados”, poder escuchar dispensada así de tener que cuidarla. “Cuídense de comprender…” enunciaba Lacan enfáticamente…Tenemos entonces, una paciente que exhibe su extremada delgadez, su ingesta de alcohol como único alimento y sus muñecas marcadas. Claramente “da a ver” la historia silenciada, actúa el secreto (7) más íntimo de sus abuelos sobrevivientes. Pero estas manifestaciones, no son
un síntoma, no es un retorno de lo reprimido, por eso no desliza, no es interpretable, es algo que llama a la construcción, a ubicar la pieza faltante y necesaria como en el segundo tiempo de la fantasía “Pegan a un niño” o como hemos localizado esa otra referencia de Freud acerca de la Construcción en “Tótem y tabú” : ”La perspectiva de una hipótesis que – acaso parezca fantástica pero – tiene la ventaja de establecer una unidad insospechada entre series de fenómenos hasta hoy separados” ( Freud, OC,Tomo XII, 1914) El encuentro contingente, tíquico, con el abuelo, en el marco del dispositivo trajo esa pieza faltante. Se puede inferir que este abuelo traído a la consulta
como por azar, despliega un “acting” con su nieta que permite que estas marcas – letras escritas en el cuerpo – empiecen a significarse y formar parte del relato de este mito familiar, que como todo mito familiar abarca al menos tres generaciones.
Sabemos ahora, que M está en el lugar de su abuela, era su preferida, tiene los ojos claros como ella y comparte las marcas del pacto realizado con el abuelo. En este caso el artificio del dispositivo interdisciplinario, vino al lugar de la construcción, el abuelo por primera vez rompe el pacto de silencio y al expresar su historia guardada, separa a la nieta de la abuela muerta dando lugar al trabajo del duelo. Actualmente el trabajo con la paciente continúa, produciéndose una notable mejoría. Sus asociaciones evocan la historia sepultada en aquel viaje en barco. No es un dato menor que su padre sea marino mercante y que su propio nombre M evoque al mar. Algunas preguntas salen a la superficie ¿habrá llevado la abuela muerta el secreto a la tumba? Al decir del abuelo o del mismo modo en que el abuelo chocaba sus marcas en las muñecas de la muchacha y ellas las repetía ¿la abuela también habrá también dejado un medio decir y con ello una verdad? Sin embargo, como un acting que atraviesa las generaciones, el secreto tan guardado se muestra en el cuerpo de la nieta, quien ahora solo toma alcohol y se corta las muñecas que hace chocar en las ya marcadas muñecas del abuelo. Me encontraba en un dilema, el abuelo había confiado la historia de un pasado que había jurado olvidar, pero ese secreto volvía ahora en los síntomas de la nieta… como el recuerdo de lo que nunca fue olvidado, verdaderos fragmentos de vida real: “Cómo es posible recordar lo que nunca fue olvidado”
(8) que no se corresponden con el retorno de lo reprimido. Se discutió esta información obtenida en la entrevista con el equipo tratante del centro y convenimos en que no era conveniente forzar de ningún modo la revelación del secreto. Sobre todo; y esto no es menor, porque a partir de este relato que pone en palabras por primera vez, se siente fuertemente conmovido y pidió tomar algunas entrevistas con un profesional del centro, además de las entrevistas familiares a las que acudiría si “hacía falta su presencia”. Por primera vez en la historia de esta familia se generaba un lugar para poner en palabras un secreto que laceraba el cuerpo de más de una generación. Las asociaciones relanzadas tras la puesta en forma de la construcción-dispositivo nos traen alguna respuesta. La abuela era muy amorosa con ella y la llamaba “Sirenita” (9) porque se anunciaba imitando el ruido de las ambulancias. Cuando se le señalala equivocidad del término sirenita asocia que estas seducían a los navegantes y los llevaban a la
muerte. Surge un interrogante: ¿Cómo el alcohol en esa travesía hasta que se transformó en el “único alimento”?
Recuerda también que la retaban porque a las muñecas que le regalaban les sacaba los brazos y las manos (¿a la altura de las muñecas?) En fin… un tratamiento en marcha, una obra en construcción, que puso a rodar las asociaciones. La operación de separación que le permitió tomar la palabra (y no el alcohol) tal vez tuvo que ver con varias piezas de un rompecabezas, que comenzó cuando la acepte en el consultorio y su familia tomo el compromiso
de acudir al centro, y sobre todo la aparición en escena del abuelo. Ella fue alojada y se encontró alojamiento para su abuelo. Allí se reveló el lugar de partenaire de uno y otro y la identificación con la abuela que detenía el trabajo de duelo.
Conclusión
“Nuestra tarea consiste en reemplazar el dolor
desnudo y enigmático por el trabajo de duelo
por un objeto o una abstracción
puesta en su lugar”. S. Freud, Duelo y Melancolia,1917
El dispositivo de tratamiento de esta adolescente y su familia testimonia de una época, la nuestra, donde puede convivir un consumo problemático de alcohol con una posición subjetiva anoréxica de consumir “nada”. También muestra que los duelos – como las crisis, tal vez sus hermanas mayores o sus progenitoras, o ¿sus hijas? – y sus tramitaciones se enmarcan en este necesario retorno a lo transgeneracional que silenciado lesiona o autolesiona el
cuerpo. El dispositivo clínico y su trabajo en red interdisciplinario genero las condiciones para que pudiese
advenir el “tiempo de comprender” (10) propio del trabajo de duelo, allí donde imperaba el cortocircuito entre el “instante de ver” y el “momento de concluir” propio del acting out.
Psicoanalista. Profesora regular de Grado y
Docente de Posgrado (Facultad de Psicologia.UBA)
Investigadora UBACyT.
Directora de AAbra (Centro en problemáticas del consumo)
Notas
(1) Freud sostiene en El malestar en la cultura (1930) que la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones y empresas imposibles. Para poder soportarla no podemos evitar “las quitapenas”, medios que nos permitan mitigarlos, entre ellos los narcóticos que nos tornan insensibles a ella.(2)”Viciar en la compu”, apreciación realizada por los adolescentes de su inmersión virtual “toxica”.
(3) De ahí la preferencia del uso de este concepto por sobre el de “adicción” más estigmatizante
(4) Lacan nos dice sobre la adolescencia en ‘El despertar de la primavera´ en Otros Escritos (1947); “… es el primer despertar sexual en que el cachorro humano se enfrenta indefenso a su primer pasaje al acto normativo: dejarse caer en el campo del Otro. Esta caída no es otra que la primera alienación fundante: Yo no pienso, soy ese objeto de goce del Otro.”
(5) Alexandre Stevens dice que la adolescencia se presenta para el adolescente como “la edad de todos los posibles” cuando en realidad se trata del encuentro con un imposible: la ausencia de unsaber o respuesta preestablecida a la cuestión de la sexualidad…
(6) Lazo por demás relevante a la hora de encarar la salida exogámica.
(7) La familia puede ser nuestro más preciado cofre del tesoro o nuestra trampa mortal. Acceder de algún modo a los secretos familiares nos libera de la repetición salvaje y de los avatares del duelo bajo sus máscaras y velos (Donghi, A, Innovaciones la practica II, 2007)
(8) Freud, S. (1915 [1914]). “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica de psicoanálisis III)” y “Recordar, repetir y reelaborar” O.C, tomo XII, Bs As: Amorrortu Ed.
(9) Según cuenta la leyenda el rey de Itaca, Ulises, fue el único hombre que escuchó el canto de las sirenas y sobrevivió. Le costó cursar ese tramo del viaje atado a un mástil y así no perder la dirección.
(10) Lacan pudo extraer tres tiempos lógicos, desligados de una cronología: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir en su texto: “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma” en Escritos I, Bs As, Paidos
Bibliografía
Freud, S. “Tres ensayos de teoría sexual. Parte III: “La metamorfosis
de la pubertad” (1905)
“Dinámica de la transferencia“ (1912) Ed Amorrortu, Bs
As,1976
“Tótem y tabú” (1913/14) Ed Amorrortu, Bs As,1993
Lacan, J. “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada.
Un nuevo sofisma” Escritos I, Ed Paidos, Bs As,1981
Lacan J. “El despertar de la primavera” (1974). Intervenciones y
textos II. Ed Manantial. Bs As, 1988
Donghi, A. “Innovaciones de la practica II. Anorexias, bulimias
y obesidad (2007) JVEdic. Bs As, 2007